
En cuanto al libro de relatos de rAhAn, ¡Santas Incubaciones!, en el que se incluye este relato, parece encontrarse ojeado -bajo estudio- por una editorial cuyo nombre es una homofonía cabalística de Delfín. Con ustedes, otra vuelta de espuma.
Sor Lalita, Estudio Omegalpha.
007 Y VERO
-Comience.
-Bueno ... estábamos sentados en la playa para siempre parecía, con Niko, Leonel ... Leonel el antropólogo venezolano con demostrados conocimientos de la zona, en cambio Niko el coreano hijo de coreanos, los tres veraneando por vez primera juntos, ellos y 007-el-que-les-habla en el Cabo de vacaciones, con el dinero necesario para una homosexualidad sin asma, con miras a una inproyectada intensificación de otras congestiones: de sol, de aire nebulizador. Estábamos dispuestos, según las exigencias de la epidermis del día, a dar lo más inesperado por cada trago y por cada mesa bajo el astro solitario. ¿Que qué escuchábamos durante esos días para remar de una vez en la acuarela de época? Nos alimentábamos de las gratísimas ligerezas de Pizzicato Five, ese combo musical de japoneses rientes queriéndose más occidentales que los neoyorquinos que desconocen. Y reposeras no faltaban sobre la playa mientras nos bebíamos el clima: parecía que nos íbamos a dormir. Pero no lo permitíamos, hasta nos dañábamos el descanso para gozar a un máximo de nuestros ténues delirios a la sombra, bajo las sombrillas o paracaídas: el sostenido lentificarse de nuestros cuerpos, las fiebres por alfilerazos de las coordenadas de latitud. Estábamos, de todos los modos posibles y sabiéndolo, interrogándonos por nuestras ganas de hacerlo ahí-ahora al recién llegar, ni siquiera esperar el yacht, el paseo con los peces, el buceo, el erotismo de ánades. Se regalaba a toda hora lo que Niko llamaba el helioestar, la tibieza del meridiano balneario hecho con materiales de refracción únicamente, y con una presencia extensa y cegadora de soledad amarillista, las banderolas de los bañistas aleteando a lo lejos como barriletes atados, mientras Leonel y Niko hablaban del mar, de lo bueno que sería entrar hambrientos y tragarse a quijadas abiertas los peces, ya salados, tan frescos por el batido de espumas. Esto acababa de convencerme de la buena elección que había hecho para mis vacaciones, estos dos acompañantes casi desconocidos y chispeantes, las recetadas sales de uva.
La casa estaba atrás nuestro y más atrás y encimado el sol de las once de la mañana, dentro de su anillo efervescente en el sector de un celeste anti-nubes que empezaba a expandir su poder hacia el mediodía del cielo y de nuestra vida de treintenas. La idea de una veraneo alejado de los veranos fílmicos me comprometía, en lo más inmediato, a un roce con una poesía de costas, otra vez, aunque en lo posible con un amplio espectro de soledad difractante de mediamañana marina. Pero detrás nuestro no sólo se nos colocaba la casa y el sol, sino la noche mesmérica -latida como caserío norafricano- del Cabo, comenzando así a desvivirnos en el revés de esos días pelumbrantes, habitués de un bar de lesbianas artie, compañeros de risas con dos de todas ellas (se nos asemejaban complementariamente, a mí y a Leonel), una de ellas que hablará como la mejor amiga de la bisexual iniciadora del presente proceso, de todo lo que anudó la soga vital de las vacaciones, esta amiga -Verónica- comenzó a seguirme como quien confunde una campanada con una invitación, una inclinación con un interés, de manera que habla ahora su amiga viéndonos llegar a las doce de la medianoche al salón.
-Tres guapos de diferentes países –empieza Débrah– siendo uno de ellos ese tal James, pero deseándose todos por igual tan sanos como la mañana de sol de la que provenían, tan bronceados como los europeos que más eurolatinos se desean, pero ellos solos, sin hablar con nadie aunque versátiles, con sus miradas de afelinados por brisas amorosas, el inestimable latino del alma con posavasos. Leonel se dejaba ensimismar en la optimización de su amaneramiento gestual, Niko se deshacía en su geisha interior -de provincias- a la Lacoste, mientras James se desenvolvía como el penetrante del grupo, el que daba que imaginar a las mujeres. ¿Alguien sabrá por qué Vero comenzó a subir y subir la música del bar nuestro (de todas las nosotras) invitando a James a bailar, para rodearlo con envoltoria habilidad de inspecciones y arabescos harto evidentes? Verónica entregada a qué deseo al imaginarse de la partida de 007, al inmiscuirse, muy pronto y conmigo, en su triángulo de vacacionantes. Bailamos a más no poder porque a pesar de mí y para no verme rebajada me mostraba histérica, muerta de James o de alguno de sus novios para el viaje. Pero no fui yo, Déborah, ni tampoco mi amiga del mejor short, quienes reforzamos el peligroso estímulo de lo anti-vacacionante en James, el stress por amenaza de la serie o del film, un 007 enlazado sí o sí a su fatalidad de personaje. Sin embargo y sin sospecharlo en aquel entonces, estábamos incitando a que el antropólogo Leo, en lo más reconcentrado de su sobreprotección amorosa y venezolana (su azuquítar), se transformara en quien efectuara la matanza nigromante de una belleza del Cabo, parecida en algo a las modelos, pero de carne lésbica: Verónica misma, por haber interferido con tanto descaro en el triángulo masculino.
-Esto quiere decir –interrumpe Vero- que Leonel se entrenaba en faenas venenísticas con vegetales y hongos catatonizantes, muerte en puentes colgantes y mi vida, desde la que hablo en este suspensor indeciso, echada a la musitación de motor inmóvil.
-Leonel, a diferencia de Niko- sigue inmiscuyéndose Déborah para el dato vicioso-, seducía a James mientras cocinaba, caricias y circulaciones analgadas y en particular un buen rato de plugged extático coleteando como peces antillanos frente a las hornallas, envenenados por una risa autoparódica aunque gozosa, cocinando por ejemplo: nada, cóckteles de langostinos. Leonel además, que no prefería el deporte, se entregaba a una molicie insinuadora de saber antropológico, tanto por terciario como por poco sofisticado, de ritos de droga y narcolepsis en las culturas del amazonas interior. En unas palabras: se imaginaba una especie de iniciado con capacidad para dar charlas.
-No te expresás con claridad- le lanza Leonel, tocado.
-Pero escribo desde hace rato, ¿sabés?- se defiende Déborah -. Desde por lo menos los ocho años cuando ni soñaba con el bar costero ni con Vero en el mar. Pero bien ... la cuestión es que estoy perdiendo el hilo ... esto que no acaba de condensarse en el momento clave, así que James:
-En verdad os digo –exagera el numerado– que no sabía qué iba a hacer Leonel por lo mío, por mi tan impremeditado flirt, pero quería bailar con Verónica, quiero decir: alcanzar el kirlian de sus calzas delante mío, la térmica del trans. Era bambolero el minuto de ese muestreo, el bolero inexistente aunque imaginado que iba tocándola, sugiriéndole las orlas flamígeras de un ocho circulatorio, tratando de despertarnos el multisexo ponedor, y ninguna noción de lo que se dirían entre sí las locas sin sendero que nos rodeaban al bailar, ya casi desnudas por sus movimientos flabelíferos, rociadas por un néctar dulce (el pálido amor entre ellas), pero como si yo también lo libara, lo palpara contra el sol, de frente, cadereando descalzo hacia el convite: calcinado, hecho de risas: fuego, el super-ascenso del mono interponedor, malabarista en Lesbos. Anémonas hubiera querido para ellas y compartir juntos mis más fuertes adicciones: las salidas a correr por la mañana pegado al disco rodador del sol, las aspiraciones de aire mercurial y sus pieles ionizadas, ¿entrenando para qué atletismo de sensación?
-Era mediodía de nuevo y nos habíamos embarcado en el yacht -sigue Leo cambiando drásticamente la órbita-, íbamos los tres alegres y se nos vinieron, a última hora, Vero y Déborah, como encimadas una sobre otra cual tótem centroamericano de balnearios, a caballito. Sabía, y creo que sabíamos, por cuál de nosotros iba una de ellas: la estudiante terciaria Vero, con su evaporación jovial de recién bañada, iba brincando tras el deshollinador fílmico.
-¿Pero no voy a continuar con lo más interesante del caso?- dice James.
-No creo que lo más interesante sea lo tuyo- dice apenas sonriente y protocolar Niko.
-¡Qué rápido se les cuela un juez cualquiera del orbe!- les digo y salgo -.
-Voy a interrumpir, sin embargo- dice Vero, definitiva-, con una observación o introitus: Así como eliminamos las peores pesadillas de caer en locura o desepeñe generalizado gracias a una zona de resistencia que es más milagrosa que voluntaria, así fuimos cayendo, sin voluntad y sin línea de resistencia posible, en el policial del viaje, que fue también el inicio de la locura: resulta que nos embarcamos en las afueras del Cabo, yendo hacia el Norte, cuando nos dimos cuenta el odio que dedicábamos horas en demostrarnos Leonel y yo, presumiblemente en su caso por celos desbocados, en el mío por desear él con desagradable ahínco mi aniquilación. Lo habíamos visto manipular, a la luz del sol y bajo un toldo naranja, hierbas que no se resumen en los colorforms del cannabis o semejantes, que sin embargo prometían otro inicio de adicción emprendedora, sin más distracciones, según decía. Tenía hecha su tienda de lona o laboratorio en la proa de la embarcación. Se sostenía allí abajo -porque íbamos en el puente- por generosidad del amplísimo sargazo que nos daba a toda hora en ese mar polónico. Lo veíamos manipular unas hilachas que despedazaban de delirios a James, que lo transportaban a una especie de dotada infancia de invenciones súbitas, en la que no tenía más remedio que estar solo por lo irrastreable de sus paradisos, y que en cualquier momento se volverían en su contra por intensificación de ese afueraestar, o bien y por desgracia de la captura: se orientaría todo el proceso a favor de Leonel, ya que James se disolvía en su trance y perdía toda influencia. Es justo, lo digo ahora, por esos calculados mix herbales que Leonel lograría matarme: ese era el favor que se harían a ellos tres, pensaba Leonel, al liquidarme: "Operación Liquidámbar", lo escuchaba musitar, lúdico y luctuoso, pero en realidad tendría que haber susurrado: "Operación Baobab", porque el único rechazante químico de eso con lo que planeaba intoxicarme, lo escondían, para su propio regocijo, unos médicos heréticos de las Guyanas, pronto inaccesibles en su selva al oeste de Cayena. Nos fuimos para allá entonces, con el yacht, cuando los demás descubrieron, a las tres de la tarde más inmensas e inmovilizadoras, que el antropólogo me había llevado a una muerte en suspenso sólo reversible por obra de un médico silvano, de los que él conocía por investigador venezolano y de joven mochilero, de modo que James lo obligó a captar, sí o sí, la urgencia de esa curación o heterodoxia, a pesar de la tranquilidad médica de Leonel: "Puede estar así durante semanas sin morir". Pero yo, Verónica muerta viva, sé que ese mismo día en medio del sargazo y del más celeste mar, en esa tarde solar y traslúcida de aguas vivas, Déborah se ofrendó cual receptáculo para una insobornable venganza en la popa: cedió grandes parcelas a su erosión en barrena. Ahora sí dejo a James entonces, adelantándoles mi triunfo en lo que refiere a la posesión del cuerpo de 007, desde ese triunfo hablo ahora, ya sabrán por qué, ahora un sitio a James.
-Yo voy a decir, antes- interviene Leonel- que conviene avisar que para ese entonces enloquecimos en el yacht, como si nada enloquecimos -que es como suele darse-, y que lo dicho por la zombie no puede ser usado en mi contra ya que estábamos en un punto de multidesdoblamientos sobre la cubierta, de separaciones entre nosotros mismos por diferenciales intoxicaciones con lianas, y era además que estábamos de vacaciones, no tenían derecho a interferir, Vero sobretodo, interferir en nuestras rebeldías menores. Tenía un sentido liberador y anti-asmático mantenerla en esa muerte y además era fácil revertirla: cuando se la quisiera de nuevo entre los vivos ... bueno, se la conectaba a un brujo de allá y listo. Pero el problema, James, es que quisiste de inmediato esa cura, te interesaste en la resurrección del cadáver antes que en la de nuestro trío desaforado, me di cuenta.
-¡Jah!, creíste que la ibas a sacar barata- dice la Vero-. Vos sin ninguna incertidumbre ni herida, ¿no?, mientras yo deshaciéndome en esa carne rígida que se desunía noche y día, atravesada de una casi tangible tierra y los huesos deletreándome el cartílago... Pero lo presentido: mi catatonia era victoriosa al captar así la atención de James, al desviarlo de tu curso para siempre.
-Siento que estoy pensando todo demasiado tiempo, incluso afuera de él – interrumpe 007, aunque bajo su propio continuum mediúmnico-; desde estas pruebas no más ese pensar por casos, esas cadenas se discontinúan obedeciendo al continuo sin cadenas ni argumentos, y hay, reconozco, mayor lentitud, pero lo logrado es una especie de avance dentro de un imperativo atmosférico del pensar. El cerebro: perros que se sientan a pastar, chacales alzándose contra los avatares médicos, llegando así a rondar un corazón, el hágase de la voz que viaja, una tierra demasiado fértil para el despropósito, demasiado pura incluso para mí, acertando cada vez más si digo que estábamos por aquel entonces con diagnóstico reservado.
... continúa ...
NaHaR rAhAn
No hay comentarios:
Publicar un comentario