Tercera emisión, Salón Toth Oral.
Aquí viene envuelto en cadenillas de níquel el metálico Ioa de Salz (alias Juan Salzano), desencadenando su dicción de arrabal del éter, hablando por el costado, como el estilete ventrílocuo de un gitano, con el costillar en la lanza. Claro que castizo lunfardo gongorino: espiral de un pucho clavado en el labio de un argot que cruza a Nietzsche con el abuelo De Salz cenando en un suburbio aperlongherado. Sumado a esto un incrementum de humores en su mejor leche aluvional: "adquirir membresía en la membrana" …
Sin membretes y con membranismos,
El Totho
Afrodictum
-fragmentos-
¿Retornar a lo nuevo, ya, al neopasaje de siglos ha, al eventual cruce entre partículas geológicas y geográficas dimensiones, ay, al pliegue certero de ola y maravilla?
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Aquí estás de nuevo, divina Mamana, para depositar tus cueros sobre esta piel hecha humo. La propuesta de huida es lenta, su estela acompasada por un maná de ladridos, en bengalas –es suculenta: ¡esta piel echa humo! La medalla hermética es el vehículo intenso para la estela italiana, desprendida ya de su folklore. Otra vez los fugitivos se distinguen, estrelliolos, en los bordes de la ballesta celeste: un lomo de ballena hiende el mapamundi y lo pliega de golpe, entrecruzando las vías marítimas que aquellos recorren. Los bufones pernoctan móviles en la pre-nocte del doble caracol, o de la sonda locuente (que si fronda es por difusa), bajo la cerbatana cerebral del entrecielo, inmanada hace siglos en las microgrietas del durmiente. El exquisito entrelazo de sus vías se ofrece, enhiesto, en dulce vibración. Por debajo del paredón mediterráneo, la brasa gótica destila su terateia. Pero también es gaseosa la mica de este muro: esculpida crece en medio del terráneo (o carvada: abierta por el pliegue trans-hilvano: curvada por el vate y su colmillo, por la turba que evade el a-gnóstico control). Por el hiato llegan en fila –desfilan ya– los botijas, ay, de la locuencia, el insomnio y la ultradespierta entrevisión en el sueño. Y son piratas de otras tretas, y además: habrá entreoído, subolfato y una volátil toccata general (la exigencia precámbrica de investigar el panháptico). Pero qué nos da esta katana afluente sino los inciensos nocturnos de la doble vía, en el hechizado telar que nos deshace. Los soplos no hablan más que en silénico (silencio de dios, bosque o mar), y no se privan del Todo si les empuja decir un vuelo (ya: puja la hora aérea en todas las esquinas de este viaje).
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Ahora –entre/tiempo– nos damos al relajo, al relamer las pepitas de las floras que transportamos a ninguna parte, floraciones por fuera del gerente-gen: sintonizada médula de la diosa-gel. Por la cerbatana, la yerba tan de alta, tan en cimbreo justo, se desviste en surtidos, en la hilachada variación del neoinfante: ¡Trans-hilvania! Pues en esa escarcha o hilván nos tocamos, si hay tempo y dunas, o si al rotar las conchillas del bajofondo (sus lunas), el jabonoso subsuelo se enaltece. ¿Habrán sido los precipicios de la medalla los que alentaron deslices tales? Tuétano o imán, pitárselo en lo áureo hasta entrever la fresca, la gorgona de aura, los bandoleros contorsionados por la juerga en solsticio (no es el Cristo sino el Cristal lo que nos guía: el tal-es-imán del punto G en el que gravitamos).
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¿Animarse y anonimarse? ¿Adquirir membresía en la membrana? O darse a la n-brana por la que nos volvemos Nadie. Oímos un esmeraldino consejo de bufones: a no mimar el pozo sin la pala, ni la pala sin el pozo, si ya estamos en los tejidos del fogueo. Se adivina: es la Mamana (o su flora) la que dicta el dictum, desde el grácil afro que compone nuestra espuma: “hay un rápido, quieto zar en el esmero”, itera la arena dejada entre señas. Somos los diplómatas de la doble ciencia, y si caemos es porque amamos lo que abajo de la baldosa: babosa, amanece ya. Hidromántica del turbión, esta celeridad que ya ni célebre ni edad: ay, aunque las celebraciones se multiplican en la tierra por nuestro viento Albour.
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Un perlado fragmento de muletizar se apercibe ya entre las madejas y levita en soberana exhibición. ¡Suelte la muleta, Don Francisco, que lo transportamos con hidrantes! La colisión con el hilandero de fugas es inminente: es en el puro, mancornado vientre del nonato donde el bufón se vuelve nóctulo o etcéteras. Así: nos abrimos una tangente por medio del humo que invade los entornos, hoy, como un fluvial diapasón de atonales hienas.
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¿Pero las piezas no encajan, no te cuajan, demasiado anónimas a fuerza de nombrarse? ¿Y las fieras ya atraviesan, inengendran: un trueno suelto para estas hebras?
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Reír acá es inclinarse ante el coro animal. ¿Se te solapa ya el pulmón de alabastro, el manchado rasgo, el riesgo de respirar estos irradientes que te hincan la lengua? Vamos a ras del vuelo, curete al taco: ¡vamos por más! Nos damos por detrás de los telones hasta mejor nacer al nervio, al astro fluvial: este semi-mundo se hace de gestos, de impulsos y radar. Y al cabiro que permea –o devana de más el criterio–, se le cede el vaho, la pulseada estelar.
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Ya estamos afuera hace tanto... El cuerpo acá se entonga con co-bórdicos seres. Monstruos laxos, aniñados, oscilan como péndulos sin yacer nunca en la canica. Aspiran –los parias– los más viscosos chorros solares (los que ascienden, cebos, desde este cielo bajo tierra). Cuánta catapulta efímera dispara la corteza entre las noches boreales. Ya estamos afuera hace rato. ¿No nos recorre el temblor seminal? Pero no es de nos sino de noche acá en la ubre del aire. Así descansan los labios: es el resto de la piel la que imanta los rayos y prosigue la ola, signada por la herrumbre de una medalla que nos carga. Le palpo ahora los relieves, las antiguas perlas de metalira. Pero estamos acá, de este lado (¿estuvimos acaso en otro hado?). Todo se agolpa, coqueta perluz, en este microsegundo: un viejísimo templo, el olor a logia, un tablero de aviación puesto a punto, un amor húmedo contra las perillas, el veneno cayendo en la taza, un cadáver bajo el bigote, un cuerpo de ameba recreándose en un medallón heredado. Nadie va primero en este segundo, salvo la salva reptílea que nos pasea los poros. La payasada que invocamos es de lava: de este fueguino lago extraemos lagartos o hadas, payadas frías como la brasa Gótica que nos ilumina de a ratos. Ya estamos afuera: acá, en ningún lado.
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Percibí esto, astral vejiga, hojeá lento esta rápida huida: tamaña hazaña nos obsequian los apetitos. Es tu densa micción la que convoca nuestros clavados. Oh riachuelo embrionario de las decantaciones nebulosas, tu faz es nueva en las vísperas de este nado. Un salto y ya los peces nos lustran los cráneos, mientras transitamos como pirañas la ducha celular. Los inéditos terrunios esperan su turno como pacientes hieródulas. A lo lejos o bien cerca de la piel, sobre el ave glandular que crece en la bencina, las fablas turbas, anfibias se avecinan: justo ahí, donde se catexilian los deseos. Ya somos grácil pneuma, ay, en el marma curvo de la celestia: quiasmo, lagarta belleza.
Juan Salzano
Aquí viene envuelto en cadenillas de níquel el metálico Ioa de Salz (alias Juan Salzano), desencadenando su dicción de arrabal del éter, hablando por el costado, como el estilete ventrílocuo de un gitano, con el costillar en la lanza. Claro que castizo lunfardo gongorino: espiral de un pucho clavado en el labio de un argot que cruza a Nietzsche con el abuelo De Salz cenando en un suburbio aperlongherado. Sumado a esto un incrementum de humores en su mejor leche aluvional: "adquirir membresía en la membrana" …
Sin membretes y con membranismos,
El Totho
Afrodictum
-fragmentos-
¿Retornar a lo nuevo, ya, al neopasaje de siglos ha, al eventual cruce entre partículas geológicas y geográficas dimensiones, ay, al pliegue certero de ola y maravilla?
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Aquí estás de nuevo, divina Mamana, para depositar tus cueros sobre esta piel hecha humo. La propuesta de huida es lenta, su estela acompasada por un maná de ladridos, en bengalas –es suculenta: ¡esta piel echa humo! La medalla hermética es el vehículo intenso para la estela italiana, desprendida ya de su folklore. Otra vez los fugitivos se distinguen, estrelliolos, en los bordes de la ballesta celeste: un lomo de ballena hiende el mapamundi y lo pliega de golpe, entrecruzando las vías marítimas que aquellos recorren. Los bufones pernoctan móviles en la pre-nocte del doble caracol, o de la sonda locuente (que si fronda es por difusa), bajo la cerbatana cerebral del entrecielo, inmanada hace siglos en las microgrietas del durmiente. El exquisito entrelazo de sus vías se ofrece, enhiesto, en dulce vibración. Por debajo del paredón mediterráneo, la brasa gótica destila su terateia. Pero también es gaseosa la mica de este muro: esculpida crece en medio del terráneo (o carvada: abierta por el pliegue trans-hilvano: curvada por el vate y su colmillo, por la turba que evade el a-gnóstico control). Por el hiato llegan en fila –desfilan ya– los botijas, ay, de la locuencia, el insomnio y la ultradespierta entrevisión en el sueño. Y son piratas de otras tretas, y además: habrá entreoído, subolfato y una volátil toccata general (la exigencia precámbrica de investigar el panháptico). Pero qué nos da esta katana afluente sino los inciensos nocturnos de la doble vía, en el hechizado telar que nos deshace. Los soplos no hablan más que en silénico (silencio de dios, bosque o mar), y no se privan del Todo si les empuja decir un vuelo (ya: puja la hora aérea en todas las esquinas de este viaje).
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Ahora –entre/tiempo– nos damos al relajo, al relamer las pepitas de las floras que transportamos a ninguna parte, floraciones por fuera del gerente-gen: sintonizada médula de la diosa-gel. Por la cerbatana, la yerba tan de alta, tan en cimbreo justo, se desviste en surtidos, en la hilachada variación del neoinfante: ¡Trans-hilvania! Pues en esa escarcha o hilván nos tocamos, si hay tempo y dunas, o si al rotar las conchillas del bajofondo (sus lunas), el jabonoso subsuelo se enaltece. ¿Habrán sido los precipicios de la medalla los que alentaron deslices tales? Tuétano o imán, pitárselo en lo áureo hasta entrever la fresca, la gorgona de aura, los bandoleros contorsionados por la juerga en solsticio (no es el Cristo sino el Cristal lo que nos guía: el tal-es-imán del punto G en el que gravitamos).
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¿Animarse y anonimarse? ¿Adquirir membresía en la membrana? O darse a la n-brana por la que nos volvemos Nadie. Oímos un esmeraldino consejo de bufones: a no mimar el pozo sin la pala, ni la pala sin el pozo, si ya estamos en los tejidos del fogueo. Se adivina: es la Mamana (o su flora) la que dicta el dictum, desde el grácil afro que compone nuestra espuma: “hay un rápido, quieto zar en el esmero”, itera la arena dejada entre señas. Somos los diplómatas de la doble ciencia, y si caemos es porque amamos lo que abajo de la baldosa: babosa, amanece ya. Hidromántica del turbión, esta celeridad que ya ni célebre ni edad: ay, aunque las celebraciones se multiplican en la tierra por nuestro viento Albour.
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Un perlado fragmento de muletizar se apercibe ya entre las madejas y levita en soberana exhibición. ¡Suelte la muleta, Don Francisco, que lo transportamos con hidrantes! La colisión con el hilandero de fugas es inminente: es en el puro, mancornado vientre del nonato donde el bufón se vuelve nóctulo o etcéteras. Así: nos abrimos una tangente por medio del humo que invade los entornos, hoy, como un fluvial diapasón de atonales hienas.
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¿Pero las piezas no encajan, no te cuajan, demasiado anónimas a fuerza de nombrarse? ¿Y las fieras ya atraviesan, inengendran: un trueno suelto para estas hebras?
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Reír acá es inclinarse ante el coro animal. ¿Se te solapa ya el pulmón de alabastro, el manchado rasgo, el riesgo de respirar estos irradientes que te hincan la lengua? Vamos a ras del vuelo, curete al taco: ¡vamos por más! Nos damos por detrás de los telones hasta mejor nacer al nervio, al astro fluvial: este semi-mundo se hace de gestos, de impulsos y radar. Y al cabiro que permea –o devana de más el criterio–, se le cede el vaho, la pulseada estelar.
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Ya estamos afuera hace tanto... El cuerpo acá se entonga con co-bórdicos seres. Monstruos laxos, aniñados, oscilan como péndulos sin yacer nunca en la canica. Aspiran –los parias– los más viscosos chorros solares (los que ascienden, cebos, desde este cielo bajo tierra). Cuánta catapulta efímera dispara la corteza entre las noches boreales. Ya estamos afuera hace rato. ¿No nos recorre el temblor seminal? Pero no es de nos sino de noche acá en la ubre del aire. Así descansan los labios: es el resto de la piel la que imanta los rayos y prosigue la ola, signada por la herrumbre de una medalla que nos carga. Le palpo ahora los relieves, las antiguas perlas de metalira. Pero estamos acá, de este lado (¿estuvimos acaso en otro hado?). Todo se agolpa, coqueta perluz, en este microsegundo: un viejísimo templo, el olor a logia, un tablero de aviación puesto a punto, un amor húmedo contra las perillas, el veneno cayendo en la taza, un cadáver bajo el bigote, un cuerpo de ameba recreándose en un medallón heredado. Nadie va primero en este segundo, salvo la salva reptílea que nos pasea los poros. La payasada que invocamos es de lava: de este fueguino lago extraemos lagartos o hadas, payadas frías como la brasa Gótica que nos ilumina de a ratos. Ya estamos afuera: acá, en ningún lado.
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Percibí esto, astral vejiga, hojeá lento esta rápida huida: tamaña hazaña nos obsequian los apetitos. Es tu densa micción la que convoca nuestros clavados. Oh riachuelo embrionario de las decantaciones nebulosas, tu faz es nueva en las vísperas de este nado. Un salto y ya los peces nos lustran los cráneos, mientras transitamos como pirañas la ducha celular. Los inéditos terrunios esperan su turno como pacientes hieródulas. A lo lejos o bien cerca de la piel, sobre el ave glandular que crece en la bencina, las fablas turbas, anfibias se avecinan: justo ahí, donde se catexilian los deseos. Ya somos grácil pneuma, ay, en el marma curvo de la celestia: quiasmo, lagarta belleza.
Juan Salzano
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