31.3.08

Henri Thoreau y la Escuela Cuaternaria Inter-Reinos



Una Filosofía de la Naturaleza, si Universo-B, es menos una nueva-vieja especialidad filosófica revisitada que otro proyectil contra la especialidad. Un paseo (a lo Thoreau, a lo Walser o a lo Lessing) que se planta afuera de cualquier necesidad de revisionismo, jardincito de la restauración o reintegración forzada: busca dar de nuevo hasta la naturaleza misma, como en un constructivismo naturante de fondo vitalista.

Henri Thoreau, prolijamente olvidado por los claustros de la literaturnost, es una de las firmas soltadas en nuestro paseo por los universos-b, así que por aquí diseminamos los primeros párrafos que inician su libro Pasear (Walking), traducido por Silvia Komet para José de Olañeta, Editor, 1999.

Entrevimos en esas páginas unos cuantos indicios para dar de nuevo cierto proceso de naturalización total, sin las obstrucciones clásicas del abecé culturalista o clerical.


Pasear, por Henri David Thoreau.

Quisiera hablar a favor de la Naturaleza, de la libertad absoluta y lo agreste, en contraposición a la libertad y la cultura meramente civiles, considerar al ser humano como un habitante, o una parte integral de la Naturaleza, más que como miembro de la sociedad. Quisiera hacer una declaración extremista, y si es así le daría gran énfasis, porque ya hay suficientes defensores de la civilización: el sacerdote, el consejo escolar y cada uno de vosotros os ocuparéis de ello.

En el transcurso de mi vida he conocido sólo a una o dos personas que comprendieran el arte de Caminar, o sea, de dar paseos, que tuvieran, por así decirlo, el don de sauntering , palabra de origen admirable que deriva de «los holgazanes que vagabundeaban por el país en la Edad Media y pedían limosna con el pretexto de dirigirse à la Sainte Terre», a Tierra Santa, por lo que los niños exclamaban «Ahí va un Sainte-Terrer», el que se dirige a Tierra Santa. Los que nunca van a Tierra Santa en sus caminatas, como pretenden, no son más que meros holgazanes o vagabundos; pero los que allí se dirigen son auténticos paseantes, en el buen sentido, como yo lo entiendo. Algunos, sin embargo, creen que la palabra deriva de los sans terre, o sea, sin tierra ni hogar, lo que, por consiguiente y también en el buen sentido, significaría sin hogar fijo pero «como en casa» en todas partes. Puesto que éste es el secreto de un buen paseo. Puede que quien se queda sentado en una casa todo el tiempo sea el vagabundo más grande que exista; pero el paseante, en el buen sentido, no es más vagabundo que el río serpenteante que busca con afán el camino más corto al mar. Yo, no obstante, prefiero la primera etimología, seguramente la más probable. Porque cada paseo es una especie de cruzada a la que algún Pedro el Ermitaño interior nos invita a lanzarnos para reconquistar esta Tierra Santa de manos de los infieles.

Es verdad, no somos más que timoratos cruzados; hoy en día ni los caminantes acometemos empresas tenaces e interminables. Nuestras expediciones son sólo vueltas, y regresamos al anochecer al viejo calor de la lumbre del que hemos partido. La mitad de la caminata consiste en volver sobre nuestros pasos. Tal vez deberíamos lanzarnos al más corto de los paseos con espíritu de imperecedera aventura, con idea de no regresar jamás, listos para enviar sólo el corazón embalsamado a nuestro desolado reino. Si estás preparado para dejar a tu padre y madre, hermano y hermana, mujer, hijos y amigos, y no volver a verlos... Si has pagado tus deudas, hecho tu testamento y dejado tus cosas en orden... Si eres un hombre libre, entonces estás listo para echar a andar.

Pasando ahora a mi propia experiencia, mi compañero y yo, porque a veces tengo un compañero, disfrutamos imaginándonos como caballeros de una nueva —o mejor dicho vieja— orden, no una orden ecuestre, sino andante, mucho más antigua y honorable, creo. El espíritu caballeresco y heroico que en una época era patrimonio del jinete, hoy en día parece residir, o mejor dicho, haber recaído en el Caminante, no el Caballero, sino el Caminante, Errante. Es una especie de cuarto poder, al margen de la Iglesia, el Estado y el Pueblo.

Nos parecía que éramos casi los únicos por aquí que practicábamos este noble arte; aunque, para ser sincero, a la mayoría de mis vecinos —al menos si uno cree sus afirmaciones— también les gustaría dar un paseo de vez en cuando, pero no pueden. No hay dinero que pueda comprar el imperativo tiempo libre, la independencia y la libertad, el capital de esta profesión. Sólo la gracia de Dios lo proporciona. Para convertirse en un caminante hace falta una dispensa directa del Cielo. Hay que nacer en la familia de los Caminantes. Ambulator nascitur, non fit. Es cierto que algunos de mis conciudadanos recuerdan y me han descrito algunos paseos que hicieron hace diez años, en los que hasta tuvieron la suerte de perderse en el bosque durante media hora; pero sé muy bien que desde entonces se han limitado al camino público, por mucho que pretendan pertenecer a esta clase selecta. Sin duda, se sintieron elevados durante un instante como por la reminiscencia de una forma anterior de existencia, en la que incluso eran habitantes de los bosques y proscritos.

No hay comentarios: